
Blue Deep es la discoteca más grande de Centroamérica. Fue de la mafia colombiana hasta que hace cinco años la intervino el gobierno de turno. Se cuenta de que adentro pasa de todo. No puedo ver a Carolina por ninguna parte. La gente a mi alrededor me empuja, todos corren para hacer la fila de entrada. Un guardia muy grande decide quien entra y quien no entra. Me pongo en la fila.
Juan Pablo, me gritan. Miro para todos lados y no logro reconocer a nadie. Por detrás me tocan el hombro. Me doy vuelta y quedo pálido. Siento como si me arrojaran un balde de agua fría sobre mi cabeza. El efecto de lo que Carolina me había dado de tomar en el Bar desaparece totalmente. ¿Pero que haces tú por acá?, me increpan. Es una amiga de María José, mi polola. ¡Mira Pedro, es Juan Pablo!, le dice ella a su marido mientras me agarra del brazo. ¡Pero qué sorpresa toparte por acá!, ¿con quién andas?. Su cara de sorna me refleja claramente lo que está pensando. Empiezo a transpirar helado, me trabo entero y sólo atino a decir que ando con un amigo.
Que porquería, justo se me ocurre salir, después de una semana acostándome temprano y tengo que encontrarme con la mejor amiga de María José. Y para remate no estoy sólo. En todo caso, ¡que suerte que no me pillaron con Carolina y su grupo de amigas!. ¿Entras con nosotros? Me preguntan. No gracias, adelántense ustedes, tengo que esperar a mi amigo que está comprando cigarros. Ya van dos mentiras en menos de cinco minutos. Mejor reculo, tiro el poto para las moras y me vuelvo para el hotel. Así me evito problemas mayores y nadie sale herido de esta situación. ¿Pero que hago con Carolina?. Bueno, está con sus amigas, mañana entenderá cuando le explique. Igual me da una rabia tremenda, me hubiera encantado bailar con ella. Tengo que sacármela de la cabeza, está comenzando a obsesionarme. Nos vemos adentro entonces, no te pierdas, me dicen entre risas mientras se alejan hacia la entrada.
Me voy caminando de vuelta al bus pensando si le cuento o no a María José que me encontré con su amiga. Ahora la realidad vuelve a dominar todo mi ser. El calor vuelve a atacarme. El aire se me hace más pesado. Camino lento para no sofocarme. Alguien me tira del brazo, es Bárbara, una de las amigas de Carolina. Siento un alivio repentino que se colapsa cuando ella me increpa: “Pero para a dónde vas chico, tienes que acompañarme”. Trato de zafarme pero ella no me suelta. “Vamos chico, que te conviene”. Desisto a mi resistencia, la imagen de Carolina en mi cabeza comienza a dominar mis acciones. Le pregunto por ella. “Ya la vas a ver, no te preocupes”, me replica dejando entrever una sonrisa.
Bárbara me lleva caminando rápidamente. Atravesamos varias calles inhóspitas, se ven algunos borrachos tirados en la calle, un gato negro se nos cruza, ¿será un mal augurio? me pregunto. Finalmente nos detenemos frente a una oxidada puerta de metal. Sólo un pequeño farol alumbra el lugar. Se siente un retumbar muy fuerte, por lo que asumo que debe ser una entrada trasera al local. Bárbara me dice - Tienes que preguntar por Carlos y decirle que vienes de parte de Angel, yo no te puedo acompañar. Carola te está esperando adentro – ¿Pero qué diablos es esto?, le pregunto. Ella me replica “no te vas a arrepentir, nos vemos adentro”. Mientras le digo que espere ella se aleja rápidamente y me deja solo frente a la puerta.
Nunca me ha pasado algo tan extraño. La situación me asusta un poco. Sólo, en una isla del Caribe, en un lugar oscuro, parado frente a una puerta oxidada que se supone es una entrada a la discoteca, ¡que hasta hace tan solo unos años era de la mafia colombiana!. Tum, tum, tum. No se si es mi corazón o el tumbar de la música, pero estoy bastante nervioso. Reviso mis bolsillos. Aparecen mis pañuelos desechables, la tarjeta de mi pieza del hotel y la billetera. La abro. Me encuentro con una foto de María José.
Ya llevo dos años de novio con María José. Desde que la conocí creí que era la chica indicada. De buena familia, estudió en un colegio de monjas muy tradicional. Abogada de la Universidad Católica, su papá es un empresario conocido. Amorosa, linda, simpática, inteligente. En fin, todas las virtudes que siempre me parecieron atractivas en una mujer. Sin embargo, algo hay en nuestra relación que todavía no me convence como para tomar rumbos más serios. Ella en cambio, tiene las cosas claras. Quiere casarse. En la última navidad se puso a llorar cuando al abrir mi regalo no encontró el anillo de compromiso.
¿Qué haría ella en mi situación? me pregunto. Seguramente entraría y sin dudarlo. Es de armas tomar. Y por que yo no haría lo mismo. Estoy de vacaciones, y tengo derecho a pasarlo bien por una noche. ¿Me estaré justificando?, no lo se, pero no tiene nada de malo bailar un poco. ¿Y el buceo?, bueno, tomo el de la tarde solamente y así tengo tiempo de reponerme durante la mañana. Ya, me decido a entrar.
Guardo la foto nuevamente en la billetera, me paro derecho con pinta de macho recio y toco la puerta. Esta se abre lentamente, la música estalla. El ritmo me estremece, un humo espeso cubre todo. Aparece un hombre vestido de negro con un enorme collar de oro en su cuello. Me pregunta quién carajo soy. Pongo mi cara más implacable, aunque mi corazón está a punto de reventar. Repito lo que me dijo Bárbara: Busco a Carlos, Angel me envió.
(Continuará...)
Sing it Back