En la semana que estuve retirado de las pistas (ver post anterior) me encontré con gran alegria con este cuento de Lou Reed. Hace muuucho tiempo me llegó a mis manos por casualidad, cuando una novia mía se había ido a estudiar a España y yo me quedaba por acá llorándola. Recuerdo que pasaba días ingeniándomela para encontrar una idea que la sorprendiera y así no se olvidara nunca de mí. Por eso es que me hizo mucho sentido cuando lo lei. Así que se los dejo para que se inspiren. Deben leerlo escuchando el excelente tema de Albert Pla que está al final. Enjoy!Por Lou ReedWaldo Jeffers había llegado a su límite. Corría mediados de agosto, lo cual significaba que había estado separado de Marsha por más de dos meses. Dos meses, y todo lo que tenía eran tres cartas con las puntas dobladas y dos llamadas de larga distancia muy caras. Conforme a la verdad, cuando la escuela terminó y ella regresó a Wisconsin y él a Locust, Pensilvania, ella le juró mantener cierta fidelidad. Ella tendría citas ocasionales, pero sólo por diversión. Seguiría siendo fiel.
Pero últimamente Waldo había comenzado a preocuparse. Tenía dificultad para dormir por la noche, y cuando lo hacía, tenía sueños horribles. Permanecía despierto, moviéndose de un lado a otro bajo su colcha plisada, conteniendo las lágrimas mientras se imaginaba a Marsha sucumbiendo a sus juramentos a cambio de licor y el suave sedante de algún macho, finalmente rindiéndose a la caricia final del olvido sexual. Era más de lo que la mente humana podía soportar.
Las visiones de la infidelidad de Marsha lo perseguían. Las fantasías diurnas de abandono sexual impregnaban sus pensamientos, y es que “ellos” no comprenderían cómo era ella realmente. Solo él, Waldo, lo entendía. El Había captado intuitivamente cada rincón y hendidura de su psiquis. La había hecho sonreír, pero ella lo necesitaba, y él no estaba ahí. (Ahh...)
La idea le vino a la mente el jueves antes de que se programara el desfile de máscaras. Acababa de cortar y poner en forma los bordes del jardín de los Edison por un dólar con cincuenta centavos y luego revisó el buzón para ver si había al menos una palabra de Marsha. No había nada salvo una circular de la Amalgamated Aluminium Company of America averiguando sobre sus necesidades de marquesina. Al menos ellos se daban la molestia de escribir. Era una firma de Nueva York. Se podía ir a cualquier parte a través del correo.
Entonces tuvo una idea. Es verdad que no tenía suficiente dinero para viajar a Wisconsin en la forma convencional, pero ¿por qué no despacharse a sí mismo por correo?. Era algo absurdamente simple. El se enviaría a sí mismo, como una encomienda especial. Al día siguiente Waldo se dirigió al supermercado a comprar el equipo necesario. Compró cinta adhesiva, una corchetera, y una caja de cartón de tamaño mediano, precisa para una persona de su contextura. Estimó que con un mínimo de empujones, podría viajar muy confortablemente. Algunos orificios para ventilación, un poco de agua, tal vez algunos bocadillos para la medianoche, y eso probablemente sería tan bueno como viajar de turista.
La tarde del viernes, Waldo estaba listo. Estaba perfectamente embalado y el correo había accedido a recogerlo a las tres en punto. Había marcado el paquete con la palabra “frágil” y cuando se sentó acurrucado en el interior, sobre el acolchado de espuma que había incluído cuidadosamente, intentó imaginar la expresión de espanto y felicidad en el rostro de Marsha cuando abriera la puerta, viera el paquete, diera la propina al repartidor y luego lo abriera para ver a su Waldo finalmente en persona. Ella lo besaría y luego tal vez podrían ver una película. Si tan sólo se le hubiera ocurrido antes. De repente, unas manos rudas tomaron el paquete, y él sintió que lo levantaban. Lo dejaron caer de golpe en un camión y partió.
· · ·
Marsha Bronson recién había terminado de arreglarse el cabello. Había sido un fin de semana muy agitado. Debía acordarse de no beber en esa forma. Aunque Bill se había mostrado gentil al respecto. Después de terminar, él había dicho que todavía la respetaba. Después de todo, se dio el curso natural de las cosas, y aún cuando no la amaba, si sentía afecto por ella. Y después de todo, ellos eran adultos. Oh, cuánto que Bill podría enseñar a Waldo. Pero eso parecía haber sido hace muchos años.
Sheila Klein, su mejor amiga, cruzó la puerta del porche y entró a la cocina.
- Por Dios, afuera hay un ambiente absolutamente sentimental.
- Sé a lo que te refieres. Me siento completamente sentimental - Marsha apretó el cinturón de su vestido de algodón con borde exterior de seda. Sheila recorrió con su dedo algunos granos salados sobre la mesa de la cocina, lamió sus dedos e hizo una mueca.
- Se supone que debería estar tomando estas píldoras saladas, pero - arrugó la nariz - me producen náuseas.
Marsha comenzó a darse palmaditas bajo el mentón, un ejercicio que había visto en la televisión.
- Por Dios, ni siquiera lo menciones- se levantó de la mesa y fue al lavaplatos, donde tomó una botella de vitaminas de color rosa y azul - ¿quieres una?, supuestamente son mejores que el bistec - y luego trató de tocarse las rodillas -. No creo que vuelva a tocar un daiquiri de nuevo - se dio por vencida y se sentó, esta vez más cerca de una mesa pequeña donde estaba el teléfono-. Tal vez Bill llame - dijo mientras Sheila la miraba.
Sheila se mordisqueaba la cutícula.
- Después de anoche, pensé que tal vez no lo querrías ver más.
- Sé lo que quieres decir. Dios, era como un pulpo, ¡con sus manos por todas partes! - gesticuló levantando sus brazos en defensa -. La verdad es que, luego de un rato, te cansas de luchar con él, y después de todo no hice realmente nada el viernes ni el sábado, así que en cierto modo se la debía, tú sabes a lo que me refiero. Comenzó a rascarse. Sheila reía tontamente con su mano sobre la boca.
- Te digo, me sentí igual que tú e incluso después, después de un tiempo... - aquí ella se inclinó hacia adelante para susurrarle - yo quería hacerlo.
Ahora ella reía a carcajadas. Fue en ese punto que el señor Jameson, de la Clarence Darrow Post Office, tocó el timbre de la gran casa de madera revestida con estuco. Cuando Marsha Bronson abrió la puerta, él le ayudó a entrar el paquete. Luego hizo que le firmaran sus papeletas amarilla y azul, y se fue con una propina de quince centavos que Marsha había sacado del pequeño monedero beige de su madre que estaba en el cuarto de trabajo.
- ¿Qué crees que es? - preguntó Sheila.
Marsha permanecía con sus brazos doblados detrás de su espalda. Miró fijamente la caja café que estaba en el medio del living.
- No lo sé.
Dentro del paquete, Waldo temblaba con emoción mientras escuchaba las voces apagadas. Sheila pasó su uña sobre la cinta adhesiva que bajaba por el centro de la caja de cartón.
- ¿Por qué no miras el remitente y ves quién la envía?
Waldo sintió latir su corazón. Podía sentir la vibración de sus pasos. Sería dentro de poco.
Marsha caminó alrededor de la caja y leyó la etiqueta escrita con tinta.
- Dios, ¡es de Waldo!
- Ese idiota - dijo Sheila.
Waldo temblaba de expectación.
- Bueno, podrías abrirla - dijo Sheila, y ambas trataron de levantar la tapa asegurada con corchetes.
- Oaah - gimió Marsha -. Debe haberle puesto clavos.
Volvieron a intentar abrir la tapa.
- Dios, necesitas un taladro para abrir esta cosa - tiraron nuevamente - no hay manera de tomarla.
Ambas estaban inmóviles, respirando agitadamente.
- ¿Por qué no traes unas tijeras? - dijo Sheila.
Marsha corrió a la cocina, pero sólo encontró unas pequeñas tijeras de costura. Luego recordó que su padre mantenía una colección de herramientas en el sótano. Bajó corriendo las escaleras, y cuando volvió, tenía en su mano unas grandes tijeras para cortar metal.
- Esto es lo mejor que pude hallar.
Estaba casi sin aliento.
- Aquí, hazlo tú por que creo que me voy a morir - dijo después, se hundió en su mullido y gran sofá y exhaló ruidosamente.
Sheila trató de hacer una rajadura entre la cinta adhesiva y el extremo de la tapa de cartón, pero la hoja de las tijeras era muy grande y no había suficiente espacio.
- Maldita cosa - dijo muy irritada.
Luego, con una sonrisa:
- Tengo una idea.
-¿Cuál? - preguntó Marsha.
- Simplemente observa - respondió Sheila, tocando con un dedo su cabeza.
Dentro del paquete, Waldo estaba tan paralizado de emoción, que apenas podía respirar. Sentía su piel llena de púas por el calor y podía sentir el corazón latir en su garganta. Sería pronto.
Sheila se paró erguida y caminó hasta el otro lado. Luego se puso en cuclillas y agarró las tijeras con ambas manos, respiró profundamente y las hundió en e medio del paquete, atravesando la cinta adhesiva, la caja, el acolchado y el centro preciso de la cabeza de Jeffers, por donde pulsaron suavemente pequeños arcos rítmicos de sangre bajo el sol matinal.
El Lado Más Bestia de la Vida